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¿Cómo ser una comunidad que acoge?

Por Pastor Oscar Palma

¿Cómo ser una comunidad que acoge?

Pr. Oscar Palma y misionero chileno en Ecuador, te desafía a ser una comunidad que da la bienvenida al migrante.

 

Como pastor y líder de una iglesia desde hace 20 años, y en el rol de quien vela por el cuidado de las personas que conforman nuestras comunidades, pero también de atraer a quienes no son parte de ella, he llegado a tener algunos cuestionamientos que quizá algunos de ustedes en este papel también han tenido. 

 

Estas son las preguntas que han surgido de la tensión entre incluir a todos y cuidar al rebaño. 

 

- ¿Cómo y cuánto debemos cuidarnos y cuidar a nuestra familia espiritual de las malas influencias externas?  
- ¿Nuestras comunidades deben estar conformadas solo por quienes creen y tienen una vida consagrada?  
- ¿Qué haremos con quienes quieren formar parte, pero no muestran las aptitudes ni las actitudes adecuadas para ser parte de nuestras comunidades? 

 

La Biblia tiene respuestas a todas estas interrogantes y nos invita a ser comunidades que acogen a quienes no tienen hogar, huérfanos sin identidad, extranjeros con costumbres diferentes, desprotegidos y vulnerables. Personas que, en muchos casos, tienen costumbres, hábitos, tradiciones y cosmovisiones diferentes, y que son vistas como las que vienen a “revolver el gallinero”. 

Primero abordemos estas preguntas desde la visión del pueblo escogido, Israel, un pueblo santo, separado para Dios con el fin de preservarse de la contaminación de los pueblos paganos y las costumbres que estaban en desacuerdo con los valores y principios divinos.  

 

Leemos en Deuteronomio 10:19 : 

 

“Así mismo debes tú mostrar amor por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto” 

 

Israel había sido “extranjero” en Egipto, un pueblo nómada que vivía del pastoreo, y que durante 400 años vivió en este país gracias a la acción de José, el hijo de Jacob. Recordemos que en el antiguo Oriente, el extranjero era visto con sospecha y rechazo. En el lenguaje hebreo, el vocablo Ger designaba al inmigrante: desplazado por cuestiones políticas, económicas o de seguridad que sale de su tierra en busca de protección y además es pobre y no puede poseer tierra. Ellos habían sido extranjeros y ahora debían ser empáticos con quienes llegarían a sus tierras desde otras naciones. 

 

Por esta razón el pueblo escogido legisla su actuar con el extranjero, a diferencia de los pueblos paganos que en sus escritos no lo mencionan y cuando piden un trato amable para ellos, lo hacen como un favor y no un derecho (Levítico 19:9-10; Éxodo 20:10; Deuteronomio 24:17).  

 

Cabe mencionar Levítico 19: 33-34 

 

Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y Dios de Israel”. 

 

Pasaje que hace un llamado a amarlos de la misma manera que se aman a sí mismos, como si fueran uno de ellos, yendo de la legislación al amor.  

 

Este llamado al amor hacia el extraño es modelado por Jesús en el Nuevo Testamento, amor hacia las personas que quieren formar parte, pero no muestran las aptitudes ni los hábitos adecuados para ser parte. Esto en contraste con el pueblo judío, que, a pesar de los recordatorios de Yahvé en el AT, se esforzaron por cuidar su identidad lo que los llevó a mirar con recelo a toda persona extranjera y que no entraba en los estándares de la ley; personas gentiles eran marginadas, enfermas, pecadoras, viudas, mujeres y niños. Los samaritanos eran considerados impuros (y todo lo que era tocado o preparado por un samaritano).  

 

Sin embargo, Jesús hace acercamientos intencionales con personas gentiles (Juan 4) y propone una nueva manera de relacionarse con ellas. Los Evangelios retratan a un Jesús peregrino, en constante movimiento: SU nacimiento y peregrinaje a Egipto como desplazado político, SU ministerio itinerante y asociado a un grupo de personas que no cumplían con los “requisitos” para ser elegidos como aprendices, SU mandamiento “ama a tu prójimo como a ti mismo” explicado en el contexto “la parábola del samaritano”. 

 

El pueblo santo de Dios, la Iglesia, es una comunidad de acogida tanto para los extranjeros como para los que no creen. Pablo escribe a los Efesios, una comunidad cosmopolita, compuesta por judíos y gentiles de diversas naciones, diciendo que la misión de Jesús fue unir a las naciones y personas que estaban lejos, para hacer una sola familia.  

 

Efesios 2:17-19  encontramos:

“Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu. Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. 

 

En la práctica de las reuniones de las primeras iglesias, Pablo el fundador de muchas de ellas (1 Corintios 14), invita a tener un lenguaje entendible para los extraños (incrédulos) que ingresaban a sus reuniones con el propósito de incluirles para que crean. 

 

En base a la luz que la Biblia nos muestra, hoy como comunidades cristianas tenemos no solo la apertura para incluir al extraño y al extranjero, sino que es nuestra misión amarlos de forma práctica para sean parte de esta gran familia universal, debemos tratarles como a uno de nosotros, con los mismos derechos y oportunidades de desarrollarse en nuestros esquemas eclesiales.  

 

Necesitamos entender primero que la diversidad es riqueza, que la uniformidad no nos hace familia, quizá nos hace una empresa, pero que irrespeta el sello particular de la individualidad creativa de Dios. Que amar implica actuar con misericordia, es decir, estar acorde con la miseria de otros, miseria que implica, vulnerabilidad espiritual, social y física, vulnerabilidad en la que antes estuvimos, o quizá estaremos. Que la luz que somos brillará más fuerte en medio de vidas que están en oscuridad por lo tanto no debemos temer a la interacción que se dé entre unos y otros. 

 

Sobre el autor:

Oscar Palma ha dedicado, junto a su esposa Camila Garretón y sus hijos Juan Pablo y Daniel, su vida al ministerio desde hace 21 años en Ecuador, trabajando como misionero en la Misión Metodista Libre, quien les trajo a Quito en el 2001, sirviendo en esta denominación con jóvenes y niños, y pastoreando una Iglesia en el Norte de Quito. En el 2009 se unieron al trabajo que estaba comenzando la Iglesia La Viña en Ecuador, fortaleciendo el área artístico-musical y de evangelismo. En el 2016 tomo la responsabilidad de Pastor Principal de la Iglesia que ahora pastorea, La Iglesia La Viña Quito 

 

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